martes, 17 de abril de 2012

EL CAFETERO

EL CAFETERO

            Cuando abre el mercado popular el Cafetero ocupa su puesto junto a la entrada. El molinillo manual está preparado y reluce sujeto al pequeño mostrador.  El Cafetero echa un puñado de granos tostados que saca de una mochila, en la que suele llevar unos cuarenta kilos, y comienza la molienda. La gente suele comprar el café a primera hora y se lleva un molido muy tosco, de pedazos gruesos, que luego vuelve a moler en su casa. El sol todavía no calienta, y el aroma del café es delicado, casi húmedo. Pero el día pasa, el sol abrasador aleja a los compradores y a media tarde el café de la mochila se acaba: todo el grano ha pasado una vez por el molinillo. El Cafetero inicia entonces la segunda molienda. Los trozos se convierten en trocitos, luego en fragmentos, y en cada nueva pasada se va afinando un poco más el grano. Eso genera un movimiento que mantiene fresco el café, pero ya no hay forma de parar, hay que vender toda la mercancía, se trata de regresar sólo con dinero. Ahora el café huele tan fuerte que llega a picar e invade todo el mercado. Es una llamada de atención a los últimos compradores, los amantes del café denso, las personas que tienen prisa. Al caer el sol, cuando cierra el mercado, el Cafetero recoge los restos que quedan en el mostrador y los muele tan fino como permite el molinillo. Ese café lo tira al aire, para que se lo tome el viento.


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