viernes, 18 de mayo de 2012

LOS AMIGOS DE NICO


Los amigos de Nico


          Debajo de los buzones están sentados una decena larga de niños. Escucho su alboroto de cine semanal y oigo la voz de Nico pidiendo silencio. Estoy en el rellano del primer piso. Me doy impulso contra la pared, corro sobre el filo de las escaleras, inclino el cuerpo hacia delante para coger más velocidad y, cuando veo la luz del portal, salto. Es un salto prodigioso, por supuesto a cámara lenta.
          La tira de once escalones pasa rápido bajo mis pies. Me elevo con fuerza y pedaleo un buen trecho para consumir el exceso de energía que me impide controlar el ascenso. Me estiro, pego los brazos al cuerpo y adelanto la cara como un esquiador volante de Año Nuevo. Llego a un palmo exacto de la lámpara y, en ese punto, saco pecho y me arqueo hasta lograr una belleza tensa, casi crujiente, lo que Nico llama la patata frita de bolsa lanzada al espacio infinito, y entonces lo consigo.
           Consigo peinar la lámpara con mi melena de rizos y comienza el descenso, de medio lado, al principio casi inmóvil, como un buda echando la siesta, postura que aprovecho para saludar a los chicos, que dan vítores desde allá abajo. Después caigo, en picado, pero controlando. Compongo con gracia natural un doble tirabuzón carpado adelante, dos atrás, el salto del ángel, y me poso sobre la alfombra del portal con la suavidad de un pañuelo de seda. Es impresionante, esto lo haces sin testigos y no te cree nadie.

                                                                                de Silencios que me conciernen



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