miércoles, 17 de diciembre de 2014

FRISONAS EN EL JARDÍN-La cosecha

 

Mientras echaba la siesta en el jardín, un petirrojo vino a beber al cenicero y murió nicotinizado. Estaba tieso junto al paquete de tabaco, tenía una pata levantada, como si estuviera pidiendo un último cigarrillo. Fui a enterrarlo en la jardinera grande, la que tengo junto al muro, pero me dio mucho asco porque estaba llena de babosas todavía vivas que se retorcían entre los granos azules del veneno de los caracoles. Entonces vi una topera reciente, ensanché la boca con la mano, enterré al petirrojo, y de paso le cambié la pila gastada al ahuyentador ultrasónico de topos. En lo alto de la loma se escuchó un cencerro ancestral: tolón. Luego otros tres tolones, perfectamente sincronizados. Eran las cuatro de la tarde.

A eso de las seis, cuando estaba fumigando el jardín con veneno selectivo de hoja ancha, llegaron a la puerta de mi casa las frisonas. Aparcaron a lo largo de la cerca, en doble fila. Esperé los cinco minutos acordados, para ver si se estaban quietas, y luego les abrí la cancela. Entraron primero las de una fila y detrás las de la otra, con medio metro exacto de separación entre ellas. Recorrieron juntas el perímetro del jardín y luego se quedaron dos vacas en cada punto cardinal. Estuvieron de perfil un rato, marcando postura, y a continuación se pusieron todas a la vez mirando hacia la casa. Quedaban perfectas: una rosa de los vientos al estilo rural. Como aquello sólo era un ensayo, transcurridos un par de minutos levanté el brazo y lo hice girar en el aire. Claudio me estaba vigilando desde la loma con los prismáticos, recibió la señal, emitió la orden con el aparato y las vacas se reagruparon al instante. Luego abandonaron la propiedad, ordenadamente. Llegaron al borde de la carretera, esperaron delante del paso de cebra y, cuando los coches dejaron un hueco, cruzaron con rapidez, empujándose unas a otras como colegialas. Sonreí. Me parecieron graciosas, hermosas… ¡el futuro!

  Estoy encantado, ya se lo he dicho a Claudio. La boda de mi hija Rosa merece lo mejor, y de todo lo contratado por un dineral que no puedo ni declarar lo suyo con las frisonas es lo que voy a pagar más a gusto. Va a ser la sensación de la fiesta: vacas radio controladas. Y de paso le daré en los morros a Agustín por llamarme palurdo caótico. Todavía va diciendo por ahí que mi hija pescó a su hijo, y fastidiando con eso de que su almacén de construcción le da cien mil vueltas a mi granja. Es un chulo miserable, en plena crisis no vende un saco de cemento pero no falta al vermut de los domingos. Quiero que vea, que compruebe de cerca, lo que es la tecnología aplicada a la vaca. ¡Aplicada, albañil! Ese tipo se piensa que todavía vamos por ahí interrumpiendo el tráfico con nuestro ganado. Él tiene cuatro ordenadores en la oficina de su almacenucho y cree que nosotros no hemos modernizado a nuestros animales. Tenemos las vacas monitorizadas, las manejamos a distancia. Hacen lo que queremos, como queremos, cuando queremos, todo inalámbrico, onda corta, GPS. Pero si ahora están cambiando las campanas de la iglesia y mientras duran los arreglos hasta el cura le ha confiado la señal horaria a Claudio. Tres meses ya y ni un solo fallo. Un reloj con toques de cencerro. En fin.

Cuando pienso que mi Rosa se va a casar con el hijo de ese depredador... Yo soy Peatón Costas, el alcalde, yo he cambiado Cifuentes y tengo ganadería puntera, y él no es más que vendedor de arena y cemento. Por culpa de la avaricia de tipos como ése, esta región está sembrada de chalés. Casitas de juguete que quieren imitar lo tradicional pero en realidad nos insultan a todos. Sobra hormigón y faltan frisonas. El futuro está en la vaca. Para vivir en esta tierra hay que tener estiércol en el alma. Dios, se me enciende la sangre: voy a perder a mi Rosa... Debo pensar en otra cosa. Debo centrarme.

Hay halcones en el aire, y también he visto un gavilán y un aguilucho, creo que son demasiados pajarracos encima de la boda. La niña quiere decir el Sí y que lancemos a su espalda brazadas de palomas. Un capricho que dice mucho de su clase. Yo hubiera lanzado gallinas albinas, de las que cría Fulgencio, pero la que se casa es ella. Si quiere palomas blancas las tendrá, y podrán volar sin ser molestadas. Menos mal que ayer compré munición para la escopeta. Hay que limpiar el cielo.


 
en La cosecha, pag. 69
 

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